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En el debate sobre el transporte público, el subsidio aparece muchas veces como una solución mágica. Pero los datos muestran que subsidiar no garantiza ni que el sistema funcione mejor ni que llegue a quienes más lo necesitan. El problema no es cuánto se subsidia, sino cómo, a quién y para qué.
Según el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), en América Latina las tarifas de transporte público cubren entre el 25% y el 60% de los costos operativos. En Argentina, tras años de inflación y caída del salario, esa cobertura es aún menor. En muchas ciudades del interior, el boleto apenas cubre un tercio del costo real. El resto lo paga el Estado.
Pero subsidio no es sinónimo de equidad. El mismo informe del BID advierte que en muchas ciudades de la región los subsidios benefician más a los sectores de ingresos medios y altos que a los de menores recursos. ¿Por qué? Porque quienes más viajan o hacen trayectos largos —usuarios frecuentes, con más combinaciones o que viven en zonas periféricas— reciben más dinero en forma de subsidio, aunque no necesariamente lo necesiten.
Tampoco hay una relación directa entre subsidio y eficiencia. Un sistema con alta cobertura estatal puede funcionar mal si no hay controles, planificación ni incentivos para mejorar el servicio. Del mismo modo, un sistema con bajo subsidio pero bien gestionado puede ofrecer buena calidad a bajo costo para el usuario.
El caso argentino es ilustrativo. Durante años, los subsidios nacionales se concentraron en el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA), generando distorsiones tarifarias y una fuerte desigualdad territorial. El boleto mínimo en el AMBA costaba 3 o 4 veces menos que en muchas ciudades del interior. Aun con subsidios locales, el interior quedó en desventaja.
Para que un subsidio mejore la equidad, debe tener criterios sociales y geográficos claros. Es decir: apuntar a quienes más lo necesitan y contemplar las diferencias entre regiones. Y para que mejore la eficiencia, debe estar ligado a metas de calidad, frecuencia, cobertura y transparencia.
En resumen: el subsidio es una herramienta, no un fin en sí mismo. No alcanza con poner dinero. Hace falta diseñar políticas que prioricen a las personas y no solo a los operadores del sistema.
¿Cómo debería usarse el dinero público para mejorar el transporte en tu ciudad? ¿Creés que el subsidio llega a quien lo necesita? Compartí tu opinión y sumate al debate.
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