Carpooling en pausa: cuando compartir no convence

 


En un contexto donde el costo de mantener un auto no deja de crecer, y donde la movilidad sostenible se convierte en una urgencia más que en una opción, el uso compartido del auto –conocido como carpooling– aparece como una alternativa lógica y eficiente. Sin embargo, en Argentina esta modalidad no logra consolidarse como práctica habitual, ni siquiera en los grandes centros urbanos donde el tránsito y los gastos diarios presionan con más fuerza.

A diferencia de lo que sucede en países como España o Francia, donde plataformas como BlaBlaCar movilizan millones de personas por mes, en Argentina los intentos por desarrollar servicios similares han sido esporádicos y con poco impacto real.

Una de las experiencias más conocidas fue Carpoolear, creada por la ONG STS Rosario, que alcanzó su pico en febrero de 2020 con 6.750 viajes mensuales. Pero ese impulso se desvaneció. En enero de 2025, la misma plataforma reportó solo 2.365 viajes concretados, y apenas 1.468 nuevos usuarios registrados en ese mes, según datos publicados por Punto Biz.


Por su parte, otra iniciativa como Vayamos Juntos –activa en la última década– logró reunir algo más de 62.000 usuarios registrados entre 2014 y 2019, pero sin generar una base de uso sostenido que permitiese escalar el sistema (El Día, 2014).

Los motivos de esta escasa adhesión son múltiples:

Por un lado, la falta de confianza para compartir vehículo con desconocidos sigue siendo un obstáculo central. En una sociedad donde el auto se percibe como un espacio íntimo y símbolo de autonomía, la idea de abrirlo a otras personas requiere más que un argumento racional: necesita un cambio cultural profundo.

Por otro lado, no existe una plataforma nacional con respaldo oficial, incentivos ni visibilidad suficiente para masificar el servicio. Las aplicaciones que surgieron lo hicieron por iniciativa ciudadana o privada, sin acompañamiento del Estado ni integración con otros sistemas de movilidad. A esto se suma que no hay un marco legal claro: el carpooling se mueve en una zona gris que a veces roza la ilegalidad o puede ser confundido con transporte informal.

Desde lo económico, el ahorro que supone compartir los gastos del viaje no siempre resulta significativo o suficiente para vencer las reticencias personales, sobre todo cuando no hay garantías de puntualidad, seguridad o frecuencia.

Incluso desde el ámbito académico se han hecho investigaciones que confirman esta tendencia. Un estudio realizado en el área metropolitana de Buenos Aires reveló que, si bien existe una disposición teórica a ofrecer o compartir un viaje, esto no se traduce en una oferta real y estable en el tiempo (Revista Episteme, UNC).

En contraste, países donde el carpooling funciona con éxito suelen contar con infraestructura de apoyo (carriles preferenciales, estacionamientos reservados), incentivos fiscales o económicos y campañas de concientización pública que lo promueven como un acto solidario, ecológico y responsable.

En Argentina, en cambio, el fenómeno se mantiene como una práctica marginal, reservada a nichos como festivales, eventos puntuales o trayectos interurbanos ocasionales. Mientras tanto, miles de autos siguen circulando con un solo ocupante, a pesar del aumento del combustible, los peajes y el colapso del tránsito en horas pico.

¿Es posible revertir esta tendencia? Probablemente sí, pero no con soluciones tecnológicas aisladas. Hace falta una estrategia integral de movilidad, que articule al transporte público, la planificación urbana, las herramientas digitales y, sobre todo, una política pública que promueva el uso compartido de recursos en lugar de penalizarlo o ignorarlo.

¿Alguna vez compartiste un viaje con otras personas? ¿Qué ventajas o dificultades encontraste?

Podés contarnos tu experiencia o dejar tu opinión en los comentarios .

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