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El autor reflexiona sobre la reciente decisión del municipio de Santa Fe de permitir que los motociclistas sin casco reemplacen la multa por la compra de uno a través de un programa denominado “Vale por un Casco”. Aunque en el papel suena razonable, la nota expone por qué esta política resultará ineficaz y revela una preocupante incomprensión estatal sobre las verdaderas causas del problema: la cultura del riesgo y la falta de conciencia colectiva.
El municipio de Santa Fe anunció que los motociclistas que circulen sin casco podrán, por única vez, reemplazar la multa por la compra de un casco. Suena bien, parece razonable, y hasta puede generar la ilusión de una política pública sensible y pedagógica. Pero si se mira un poco más de cerca, la medida no solo es intrascendente, sino que refleja el profundo desconocimiento del Estado sobre las verdaderas causas del problema.
Porque no se trata de que la gente no tenga cascos, ni de que ignore su importancia. Se trata de una cultura social del riesgo asumido, de una relación distorsionada con la norma y de una ausencia total de percepción del peligro real (presente no solo en las cuestiones del transito sino también en varias actividades). Y eso no se corrige con un vale ni con un acta.
LA ILUSIÓN DEL “PREMIO POR PORTARSE BIEN”
Convertir una infracción en una oportunidad de “arrepentimiento” revela una visión infantilizada de la sociedad: se supone que si se le da una “segunda oportunidad”, el ciudadano aprenderá y cambiará.
Pero el comportamiento humano frente al riesgo no se transforma por castigo ni por canje, sino por comprensión, internalización y repetición social del valor de cuidarse. La norma no se aprende por decreto ni por promoción: se incorpora cuando se comprende el riesgo real de no cumplirla, y eso —en nuestra cultura— está profundamente desdibujado.
LA RAÍZ DEL PROBLEMA: UNA SOCIEDAD QUE NO PERCIBE EL RIESGO
Estudios en psicología del tránsito y seguridad vial hablan de la “percepción del riesgo” como el factor decisivo que determina si alguien adopta una conducta segura. Si un motociclista siente que no usar casco no le va a pasar nada, que solo va unas cuadras, o que conduce despacio, su percepción del riesgo es baja, y por lo tanto el comportamiento inseguro le resulta emocionalmente aceptable. Esa baja percepción se combina con otro fenómeno conocido como “riesgo asumido”: la persona reconoce el peligro, pero lo acepta conscientemente porque valora más la comodidad, la costumbre o la sensación de libertad que la posibilidad de sufrir un accidente.
Y cuando esa actitud se vuelve colectiva —cuando la mayoría circula sin casco y nada ocurre— la conducta insegura se normaliza y se convierte en una norma social alternativa: la del “no pasa nada”.
POR QUÉ ESTE TIPO DE MEDIDAS FRACASAN
Medidas como el “Vale por un casco” se diseñan sobre un modelo racional del comportamiento humano: el ciudadano calcula costos y beneficios, y si le conviene evitar la multa, cambiará su conducta. Pero en el tránsito, ese modelo no funciona. El conductor promedio no actúa racionalmente frente al riesgo; lo hace de manera emocional, impulsiva y basada en la costumbre. Por eso, las campañas que se limitan a sancionar o premiar fracasan una y otra vez, porque atacan el síntoma y no la causa: la indiferencia cultural ante el peligro.
LA PARADOJA DE LAS POLÍTICAS SIMBÓLICAS
En lugar de encarar un proceso profundo de educación vial, de trabajo comunitario, de intervención territorial sostenida —en escuelas, clubes, barrios, comercios—, se recurre a medidas baratas y mediáticas, que solo producen un efecto de autocomplacencia institucional. Se busca mostrar acción, aunque el resultado sea nulo. Un casco comprado por obligación no transforma la conducta, porque la decisión de cuidarse es emocional y cultural, no administrativa.
Y sin transformación cultural, el casco seguirá siendo un objeto colgado del manubrio o del brazo.
UNA POSTAL REPETIDA EN TODA LATINOAMÉRICA
Lo más preocupante es que este tipo de medidas no son un fenómeno local, sino una constante en toda América Latina. Desde México hasta la Argentina, los gobiernos ensayan estrategias de bajo impacto, creyendo que el cambio cultural se logra con multas, eslóganes o repartos simbólicos de cascos. En ciudades de Colombia, Perú o Paraguay se repiten los mismos resultados: los índices de uso aumentan solo durante las campañas y luego vuelven a caer. Las sociedades latinoamericanas, en general, no internalizan las normas de seguridad como un valor social compartido, sino como una imposición ajena, una molestia estatal o un trámite. Solo cuando la sociedad percibe colectivamente el riesgo —cuando ve, siente y entiende el costo humano de no cuidarse— aparece el verdadero cambio. Eso ocurrió, por ejemplo, en países europeos luego de décadas de educación vial, control efectivo y
transformación cultural profunda. Una sociedad empieza a usar casco no cuando teme la multa, sino cuando teme perder la vida o hacer sufrir a los suyos. Cuando entiende que el casco no es una imposición, sino un reflejo de respeto propio y hacia el otro.
UNA POLÍTICA RECICLADA: DEL “CON CASCO CARGAS” AL “VALE POR UN CASCO”
Esta iniciativa no es nueva ni original. Hace poco más de una década, varias ciudades y provincias argentinas impulsaron campañas similares bajo el lema “Con casco cargas”, que prohibía el expendio de combustible a quienes no lo usaran. La medida fue celebrada con bombos y platillos, pero duró poco y fracasó por las mismas razones que harán fracasar esta: porque no cambió la conducta, no modificó la
percepción del riesgo, y no generó conciencia colectiva. Los motociclistas terminaron prestando cascos en las estaciones, poniéndolos a medias solo para cargar y volviéndolos a colgar en el manubrio al salir.
El resultado fue tan previsible como el de hoy: un uso simulado, un cumplimiento aparente, una foto institucional para la prensa… y ninguna transformación real.
EL VERDADERO DESAFÍO
Si el Estado quiere que los ciudadanos usen casco, debe empezar por preguntarse por qué no lo hacen, no por cómo sancionarlos. Debe comprender que las conductas seguras se construyen desde el sentido colectivo de la vida, no desde la multa. El casco debe dejar de ser una obligación y pasar a ser un valor, un reflejo natural, una costumbre socialmente aceptada.
Mientras tanto, las medidas simbólicas seguirán acumulándose en los papeles y las estadísticas de muertos en moto seguirán creciendo, sin que nadie en el poder se anime a reconocer que el problema no es la falta de control, sino la falta de comprensión de lo que es, verdaderamente, un cambio de conducta
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